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99 y sumando

Cacabelle

(Recupero este artículo de mis archivos. Recientemente he vuelto a ver la película Annabelle, la primera, y mi opinión sobre la misma no ha cambiado un ápice. De las secuelas mejor ni hablamos).

Me encantan las películas de terror. A lo largo de mi vida he visto montones y de todos los géneros: slashers donde matan hasta al de la «jirafa», casas encantadas plagadas de horribles espectros, vampiros, hombres lobo y demás criaturas de la noche, zombis putrefactos en sus variedades «muertos revividos» e «infectados», criaturas monstruosas con mal café, espíritus malvados que viven en algún objeto y le hacen la vida imposible a alguna encantadora familia, plagas y enfermedades chungas que se extienden sin control… el repertorio de las cosas que nos dan yuyu a los mortales es amplio y variado, y el cine ha sabido sacarle provecho.

Por supuesto, no todas las películas que han buscado asustarnos lo han conseguido en la misma medida. Algunas sí han logrado su objetivo de hacernos pasar una bonita noche en vela. Otras nos han tenido pegados al sofá mordiéndonos las uñas hasta llegarnos al codo. Otras, rodadas con menos medios o por directores poco duchos en su oficio, han sido tan malas que nos han hecho reír. Pero siempre consiguen entretener, de una forma o de otra.

Lo que una película de terror no puede ser nunca, nunca, es aburrida. Asuste más o menos, esté mejor o peor hecha, una película que pretende causar insomnio no puede producir justo lo contrario, que es un horrendo sopor. Y esto ni más ni menos es lo que hace Annabelle.

A la película sobre la «terrorífica» muñeca le sobran, como poco, los primeros cuarenta minutos. Y el resto del metraje también es bastante prescindible. Topicazo tras topicazo, se suceden -cuando sucede algo- las situaciones que hemos visto mil veces en otras películas: los extraños sucesos de los que sólo es testigo la señora de la casa mientras su marido piensa que «debería ver a alguien» (alguien = psiquiatra), las puertas que se cierran de golpe mientras se ve una sombra por debajo, algún susto de los de «¡CHAN!», los niños que hacen dibujos siniestros porque sí y que no vuelven a salir más… todo mientras la muñeca que da título a la película se limita a estar ahí, sin hacer absolutamente nada.

Otros muñecos malévolos del cine se lo curran más: Chucky se inventa mil maneras de matarte, el payaso malrollero de Poltergeist te da unos abrazos que lo flipas, Lotso, el oso rosa de Toy Story 3, es un mafioso cabronazo. Pero no: Annabelle se limita a posar para la cámara e intentar darnos miedo con su careto de cuñada desagradable mientras asistimos a las aventuras y desventuras de unos padres primerizos. Que de eso es de lo que trata la película, a la que te paras a pensarlo.

Total, que si lo que queréis es quedaros sobados de forma rápida y efectiva, os recomiendo unos minutitos de Annabelle. Siestaca reparadora garantizada. ZZZ.


¡No me juzguéis! ¡Necesitaba el trabajo!

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